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Tendría que ser una película postapocalíptica: con bestias salvajes que recorren las ciudades antes prohibidas, con incendios repentinos que arrasan con bosques y personas, con incendios provocados por personas que también arrasan con bosques y ciudades y personas, con payasos a cargo de arsenales nucleares o de escribir nuevas leyes, con personas que, enfermas, son llevadas al hospital y ya no regresan, con los deudos de esos muertos invisibles cumpliendo cuarentenas eternas, a un tiempo impuestas y voluntarias, con Santiago a oscuras para los que salieron y perdieron sus ojos.

En un film post apocalíptico no hay lugar para el apocalipsis: está afuera, más allá del comienzo de la película, en un lugar cierto e indeterminado, actuando como un fin sin contornos claros, pero igualmente marcando con elocuencia que hubo un antes y un final. No hay un evento específico al que apuntar como “el” apocalipsis, como inicio de lo post; no hay un acontecimiento al cual atribuir el comienzo de lo que vivimos ahora, dentro de esta película. Los personajes todavía hablamos de “cambio climático” o “crisis climática” o “calentamiento global”, convencidos de que atravesamos solo una etapa y creyendo que la destrucción es una trama secundaria que habrá de resolverse pronto mientras la historia principal sigue su avance. Vive, esa gente, esa gente que somos nosotros, con la calma de quien mira desde lejos, con la ansiedad de responder a las urgencias cotidianas, con fe ciega en que lo peor ya está atrás.

El 15 de agosto, a las 15:43, sonó una llamada por whatsapp y yo supe, antes de mirar, que era Mauro. Habíamos hablado de la posibilidad de esa llamada. Yo iba a estar con Emilio y la Vale y verlo parecer en la montaña podía ser especial para ellos. Mauro lo recordó y marcó. Desde la cumbre de El Cañi.

Eufórico, contesto la llamada. Mis hijos no se sorprenden. Ven a Mauro pintando, arriba en la cordillera, pero no comentan ese hecho. Hablan como siempre. ¿Debería ser de otro modo?

Tampoco se emocionan al ver al zorro que se acerca. Es un zorro: vivo, salvaje, indiferente a la crianza y la pintura; un zorro hambriento, probablemente, y sin miedo alguno a la muerte.

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