Mauro me hablaba, pero yo no sabía de qué. Hasta que me envió una foto. Era de un cuadro que yo no había visto. Quizá lo había olvidado. Era el cuadro pintado en la cumbre, entendí, la cumbre del Lanín. Era la foto de un fracaso, según él: de la pintura de la cumbre que fue un fracaso, me dijo. Hay que dedicarle un párrafo al menos, agregó, y la palabra “fracaso” quedó resonando.
Me fui a releer lo que había escrito. “Subir y no pintar sería un lamentable fracaso”, decía mi texto. Pero ya no estuve de acuerdo. La cumbre del Lanín no es un chiste, sabía ahora, y la persona que llega hasta arriba no controla los elementos.
Allá en la cumbre las condiciones son las de la alta montaña, caprichosas: todo se mueve y cambia sin aviso y sin seguir los patrones que uno conoce y espera. Allí arriba el sol no elimina el frío y el frío no implica viento; la nube no implica lluvia y la lluvia no siempre cierra el paisaje a la vista. Tal vez el fracaso fue mío; tal vez cometí un error. Eso pensé. Y revisé de nuevo lo que había escrito y busqué la foto y entonces por fin comprendí.
Hay la foto de Las Peinetas, que Mauro tomó en el campamento, y hay la foto del Villarrica, que Mauro tomó en la cumbre. Son dos fotos y dos pinturas, dos fotos de dos pinturas; yo había omitido la segunda. Era a la segunda que Mauro le arrojaba la palabra “fracaso”.
Traté de meter en el cuadro los tres volcanes, me puso en el chat, pero los volcanes no están perfectamente alineados y decidí “apretarlos” y en eso distorsioné el dibujo y quedó todo medio deforme, infantil. Se distorsionó el Villarrica, precisó, que tiene la silueta más reconocible. Además el trípode se enterraba, me puso también, y tuvimos que hacer un hoyo en el hielo para sacar la goma de una de las patas.
Ahí ya dejé de leer y me puse a mirar la foto, que había agrandado. La pintura en el centro no me pareció infantil, aunque sí tenía algo torcido, o deforme como había dicho él. Lo interesante, en todo caso, no era ese supuesto fracaso sino el hielo que había en el lienzo: era más frío y más azul que el que sostenía al trípode, más real y más preciso, y más hostil y, si uno no agranda demasiado la foto, más punzante.