Cables eléctricos, de la serie Zona de transición.
¿Cuándo comenzó esto? Reviso mi conversación con Mauro y parece que ahí mismo ya quise marcar la fecha para responder la pregunta después, porque el día jueves hay un mensaje mío que dice: “ya entré”.
El proyecto de Mauro se llama “Entrar a la cordillera”. Mi responsabilidad es escribir, no sabemos bien qué. Pero ese día (lo sé ahora) comenzó la escritura.
“Entrar en la escritura”: ese era mi objetivo desde un principio, aunque no estuviera dicho en la propuesta que aprobó el Fondart. Es, era, personal e importante; por eso me permití robarle el verbo al Mauro, ese jueves, por whatsapp.
Sabemos cuáles son los mínimos, pero a mí me entusiasma dejar que esto ande solo: escribir lo que sea necesario y urgente.
Y eso es lo que hice el jueves, varias horas después de que conversamos, cuando mi hijo ya dormía.
Escribí porque me topé, al final de la “Propuesta creativa”, la que define los mínimos, con una cita de Franklin Carmichael:
“Un paisaje limpio y nítido en forma y color, rico en inspiración, es todo lo que un artista podría desear, rogando por ser utilizado y lleno de posibilidades.”
La cita hizo visible algo que había estado frente a mis narices desde el 2017, pero escondido: la fantasía de un bosque virgen. Sabemos, Mauro y yo, que ya (¿casi?) no existen; sabemos que, si existieran, se esfumarían de inmediato, que bastaría con mirarlos para perderlos. Y sabemos que siempre fue así: que el bosque virgen siempre ha estado un paso más allá, inminente e inaprensible, inalcanzable hasta en la mirada.
Pero: engañosa o paradójicamente, la sensación es que esos bosques perdidos no terminan de perderse y la fantasía, entonces, se desbanda. Es imposible entrar al bosque sin dudar, sin mantener una esperanza culpable: ¿no puede acaso esta imagen que veo ser igual a la del bosque todavía intacto?